22 mayo 2009

II

14 de marzo 2009
9 hs
Rosario del Tala. ER
Sombra

Acabo de llegar al camping. No hay nadie. Nadie. Llegué de forma inoportuna. Interrumpí a una pareja de perros que copulaban y que por un buen rato, luego de verme quedaron enganchados, parados culo con culo, arrastrándose el uno al otro por mirarme. Ahora descansan junto a otro macho y otra hembra.
Hay muchos pájaros. El más bullicioso hace un sonido repetitivo como la música electrónica más cuadrada y luego remata con un alargado chillido parecido a la sierra de un carpintero.
Ahora a recordar.

Mi paso por Basavilbaso fue breve. Creí que al llegar ya sería de día, pero son las 6 y 10 y todavía no amaneció. Me quedo parada en la estación sin saber qué hacer y un guarda me pregunta si espero a alguien. Como le digo que no y que quiero ir a la terminal de colectivos para ir hacia Rosario del Tala me explica: dos cuadras por esta callecita, hasta llegar al paso nivel, cruzas y enseguida la encontrás. Y llama a otro ferroviario que me vuelve a dar las mismas indicaciones y me voy, forcejeando con una mochila imposible.
Camino dos cuadras muy oscuras y llego a la terminal. En un auto estacionado a un lado dos chicas y varios pibes escuchan música y hablan a los gritos. Compran coca cola y sirven dos vasos grandes de fernet con hielo. Pienso en lo rico de un trago fresco de fernet. Pero estoy tan cansada que cambiaría el mejor de los alcoholes por una cama y algunas horas de sueño tranquilo. Me duele todo el cuerpo y me siento en la punta de un banco donde una chica muy joven con una nena y un hombre también esperan al colectivo. Ella habla de la gente del auto y dice “si vuelven a gritar les doy un bollo”, “no sabe lo que le metieron en la boca, es re puto”, “esa estúpida no es de entre ríos, habla con otro acento”. El hombre casi no contesta. En un sonambulismo de casi sueño casi despierto veo pasar vasos gigantes de exquisito fernet donde hielitos crepitan y llaman al silencio a las casi niñas casi madres zamarreando a sus crios con alfajores de madrugada. Llega el colectivo y deja la ciudad. Desde la ventana veo que el gran capitán todavía está en la estación.
De Basavilbaso sólo voy a recordar a la gente y una noche sola con mi sombra oscura.

07 mayo 2009

I

13 de marzo 2009
22:15 hs
F. Lacroze
El gran capitán




El gran capitán inició el viaje a la hora señalada. (La primera oración siempre es la más difícil). Era el obstáculo número uno que podía surgir. Pero se está comportando como un señor de pipa y sombrero. En cambio, jamás hubiese pensado que podía olvidarme el mate y la bombilla. Ahora voy a tener que arreglarme con un equipo plástico que compré en un kiosco.
Al llegar pregunté a un muchacho de la empresa donde despachaba mi bolso y él, sonrisa que me plantó de ingenua mediante, me contestó que podía llevarlo conmigo y ponerlo en el portaequipajes que está sobre los asientos.
Acá cada uno cuida de lo que puede. Los chicos gritan antes de dormirse en los brazos dormidos de sus madres y el viejo de bigotes de atrás viaja con una madre más antigua que el tren. Y no duermen en toda la noche.
Hace unos días comentándole a “Lumi” los insomnios que sobre el viaje tenía, él me dijo: “el miedo también es parte del viaje”. Y fue un comentario lúcido. El miedo será uno de mis compañeros de aventura.

22:55
Pasa un guarda pidiendo que cerremos las ventanas porque podrían tirarnos piedras.

La señora del capitán

Una hora después de haber salido de Lacroze, el tren se detiene por primera vez y allí sube la señora de pelo corto que se sentará conmigo durante el resto del viaje. Algunas personas que presumo sus parientes suben a despedirla y se van antes de que arranque el tren. La señora viaja sola al igual que yo y no tiene cara de muchos amigos. Creí que podía ser oportuno iniciar una conversación preguntándole cómo se llamaba la estación donde se había subido pero el miedo a que fuera una charlatana me detuvo. Estaba cansada. Aunque mis vacaciones empezaran en ese tren, lo cierto es que horas antes había estado trabajando y tenía derecho a no tener ganas, a cerrar los ojos, aflojar las mandíbulas, perderme en esos pensamientos sin principio ni fin que en una de sus vueltas se entienden con la realidad de otra manera. Pero a cada rato volver a acomodarse, intentar una posición diferente, recordar las amígdalas hinchadas, la glándula izquierda (la vacuna contra la fiebre amarilla), las zapatillas muy apretadas. Aflojarse las zapatillas, definitivamente esa es una buena idea. Y en una de las vueltas me decidí:
-Disculpe, ¿El guarda anuncia la llegada a cada estación?-
-Si, luego de Zarate anuncia todas las estaciones.-
Luego nos volvimos hacia adentro, hacia una locomotora demente transitando los rituales conocidos.
El tren se detuvo en un lugar llamado Fátima. Ahí volví a levantar la ventana. Ya no había peligro de piedras.
El paso por el primer puente luego de Zarate me despabiló del pensamiento. Mientras el gran capitán iba subiendo se veían las luces de una gran ciudad, el agua y el ruido del tren y la noche toda arriba, y esta euforia de ojos relamiendo las ventanillas.
Luego la señora se despierta, me pregunta si ya habíamos pasado el puente, se lamenta, sonríe y sigue durmiendo. Mi compañera silenciosa y discreta ya me caía bien.
Creo que luego dormí un poco (sin las zapatillas) hasta que el guarda anunció Parera. Me preparé unos mates (en vaso y bombilla de plástico) y comencé a preocuparme. Traje una mochila mucho más pesada de lo que hubiese debido. Tenía que bajarla con el tren en movimiento y a oscuras antes de llegar a Basavilbaso. Cuando la señora se despierta le ofrezco (pido) que nos cambiemos de lugar para no molestarla cuando deba bajar el bolso.
Supongo que nos estamos acercando, por lo tanto me levanto e intento bajarlo, pero forcejeo sin resultados. Ella me dice que le pida ayuda a uno de los muchachos del ferrocarril y me vuelvo a sentar. Pasa un buen rato y no aparece ninguno y ella se ofrece a ayudarme pero le digo que no, que espero un momento más. Entonces tenemos una pequeña charla con palabras cortas. Le cuento un poquito de mi viaje y se sorprende de que esté viajando sola. Ella va hasta Posadas. No llegará hasta la madrugada del domingo. Dice que no le gusta viajar y sonríe.
Cuando pasa el guarda anunciando la pronta llegada a Basavilbaso le pido que me ayude a bajar la mochila. Me despido de la señora y ella me desea suerte.