18 septiembre 2009

V


16 de marzo 2009
Colón
Solitudine




Es difícil llevar el diario de viaje al día.
Supongo que deberé llenar los baches al regresar y por lo pronto no perder ocasión de anotar lo que sucede en el momento.
Ahora está lloviendo de forma sostenida y ruidosa sobre mi carpa. Es de noche pero no sé qué hora es ya que dejé mi celular al encargado para cargar la bateria. Estoy escribiendo con una linterna. Escucho música con los parlantes que me prestó Mariana. Estoy un poco más calmada pero hace un ratito sentí mucho temor; por los truenos las ramas el rio el viento y mi celular se encuentra a 50 metros y sólo puedo recuperarlo mojándome, cosa que voy a realizar de un momento a otro. Por otra parte dentro de la carpa no se puede fumar y hace un buen rato que tengo ganas. Y cada vez llueve más. Por momentos estoy contenta y me complazco de los lugares que visito, pero en otras ocasiones me arrepiento de haber hecho este viaje. La sensación de soledad se pone grave en determinadas horas. Pero se hace clara como una luz de tarde. Al amanecer se entiende con una fusión de pájaros, se desnuda desplegada en las cosas. Se siente diferente así, ahora es mi cuerpo en transito un absoluto de reflejos. Lo que veo y lo que siento son uno, y solo uno. Solitudine resplandeciente.

17 de marzo 2009

También se puede dejar de escribir y quedarse callado frente al mundo

Seguramente para bien de la humanidad, la gente decide no andar sola.
Las mariposas del museo de Liebig son expuestas en pareja. La hembra es más grande que el macho me explica la señora dueña del museo. Por lo general las alas son más amplias.
Si pudiera meterme en la cabeza de las personas y saber qué piensan cuando ven a una mujer viajando sola y preguntan “¿andas solita?” y si pudiera sondear allí como una vieja de agua pero seguro no me gustaría y sería más difícil andar.
Y esos peces que vi en la playita paradisíaca frente a la costa andaban de a dos o de a cuatro. Nadaban uno al lado del otro. Yo pensé que quizá uno, de repente, se distraía o encontraba un obstáculo y perdía a los otros y se encontraba sólo con una angustia de río inmenso sobre los hombros. Pero los peces no tienen hombros. Es algo comprobado.

Y cuando la mujer del museo dijo -“Tenés miedo a las víboras pero salís a viajar sola!”
Y yo debí contestar: “yo nunca dije que no tenía miedo” El miedo es constitutivo del ser humano (y seguramente de todos los seres existentes) Ahora ve y vive con eso. La vida es demasiado corta para quedarse en el molde.

Me hubiese gustado preguntarle a la señora si las mariposas andaban en parejas o se juntaban sólo para aparearse. Cuando uno las ve generalmente andan solas. Al igual que los colibríes que van al patio de mamá. Y a los colibríes no les gusta estar encerrados. Y tampoco le pregunté si las mariposas tenían nidos o si dormían o si les gustaba estrellarse contra la luz.

Viajando me di cuenta que en la ciudad uno se hace nocturno pero que en medio de la naturaleza el amanecer es un golpe de energía.
Yo, el buho, que en tiempos de desempleo no me dormía hasta que empezaban a cantar los pájaros, acá me acosté pasando el atardecer y me desperté cuando asomaba el sol y sin la urgencia de marcar tarjeta.
Voy a recordar siempre la ciudad de colon como a un respiro, de esos que vienen bien saliendo del asma, de un largo y exuberante ingreso de aire. Ahora, entra el aire y el cuerpo es lo mismo. Es esto con lo que hay que pelear. Colon es la gloria de mi carpa amaneciendo frente al río y es la chica de san José nacida en floresta que en el restoran me trató tan bien, y la caminata hasta Liebig. Y don juan viniendo a mi memoria otra vez: no tengo que llegar a Liebig porque haya algo fundamental ahí para ver. El camino es lo que hay para ver, para transitar.