17 agosto 2011

Drácula, Bram Stoker


Informe irrelevante de lectura

para Leti, que es Rumana de alma



Anoche terminé de leer Drácula. (deje de leer aquí si no quiere enterarse del final) Desilusión. No es que yo esperara que no mataran al malo-malo-muy malo Conde Drácula. Realmente quería que exterminaran al funesto sujeto y sus malevosidades de la faz de la tierra. Anhelaba que la pobre, delicada y honrada Mina se salvara de su destino chupa sangre de corderos. Pobres corderitos del Señor. Ese Señor tan mentado, tan aburridamente repetido en la última parte de la novela. Señor, yo no hubiese podido dormir si no lo mataban. Y por suerte lo mataron, pero esperaba un toque más de emoción, algo de actividad luchadora, puestas en escena de ajos y crucifijos y hostias y estacas y sangre y colmillos…Colmillos sobre todo es lo que falta. Luego de una persistente demora en la que los valientes congregados persiguen al huidizo conde por mar, tierra y río, todo se resuelve en un apresurado degüello y veloz estocada, justo cinco segundos antes de que todo esté irremediablemente perdido ¿Acaso no hubiese podido enfrentarse violentamente a los cinco giles que lo persiguen? ¿No nos dijo una y mil veces el doctor chapatin-Van Helsing que el vampiro tenía la fuerza de veinte hombres? ¿No podría haber utilizado a su favor el poder hipnótico que tenía sobre la pobre, delicada y honrada Mina? Pero lo matan mientras está dormido y nada puede hacer por defenderse. No es un dato menor. Drácula es una novela en la que lo más ausente es Drácula. Pero precisamente esa es la estrategia con la que Stoker trabaja. El Conde rara vez aparece, pero su presencia se sospecha en todo momento. Se encuentra en los aleteos recordados, en una figura que pasó entre la multitud, en el rezo de un loco detrás de la puerta. Drácula es lo que siempre está aludido, pero su potencia es, principalmente, lograr eludir todo encuentro. Su inteligencia (tan alabada inteligencia) sólo se dedica a planear estratagemas para no ser encontrado o ingresar sin que lo noten. Alegoría de una maldad que subyace, pero no se presenta nunca face to face. Tan sólo encontrarlo, es darle fin.

La muerte de Quincey
No me voy a ir a dormir sin decir una palabra sobre esto. Mierda. Después de bancarse (con sumo placer, admito) 500 hojas de melodrama, uno presiente que alguien va a morir. Se sabe. Es como la frutilla roja del postre. ¿Pero un personaje tan irrelevante como Quincey? Mierda. Si apenas hizo nada y le dan el privilegio de darle la estocada y luego morirse. ¿Por qué ese pase de protagonismo solidario hacia el final? ¿No hubiese sido mejor que Lord Godalming le diera la estocada y luego se muriera diciendo –“Ahgggg, lo hice por ti Lucy, voy a tu encuentro querida mía y reina de los ángeles celestiales de la republica de Su Misericordia”- y esas cosas que se dicen en estos casos? Creo que eso sería verdadera justicia distributiva. ¿Pero Quincey? ¿Habrá tenido el señor Stoker la intención de que todo termine tremendamente bien y que nadie se vaya a dormir angustiado? Y para colmo, el bienaventurado matrimonio Harker, tiempo después, decide ponerle a su hijo el nombre de Quincey…entre muchos otros nombres de familiares y amigos a los que obviamente debían dar prioridad. Francamente, no lo entiendo.

Bendito dinero
Si hay algo que precisamente no es eludido es el tema del dinero. Tampoco es aludido, sino que aparece contante y sonante por todos lados. Desde un principio sentí que era una gran cualidad de la novela, cansada ya de leer cantidad de textos en donde los personajes viven del aire. Pero pasados algunos capítulos de la novela uno descubre que hay un verdadero centro de sentido allí. Todas las averiguaciones de nuestros cinco valientes se facilitan mediante coimas, las transacciones inmobiliarias son debidamente registradas y, crease o no, el Conde Drácula se cuida de recoger las monedas que se le cayeron al suelo antes de huir de una emboscada fatal. Como si hiciera falta poner más en evidencia el asunto, hacia el final, nuestra pobre, delicada y, por sobre todo, honrada Mina expresa grandilocuentemente que nada de todo esto hubiese sido posible sin la cantidad de dinero que tienen a su disposición para comprar caballos, carros, voluntades, etc. El dinero está aquí y allá: alrededor del sarcófago de Drácula y en las manos de los salvadores de la humanidad, cerca del mal y cerca del bien. Servidor de dos amos.  

El levante de un vampiro
Por último: la nota pasional. Que Drácula prefiere a las chicas, es algo evidente -que en ningún momento se explica-. ¿Cómo si sólo se chupa a las ladys llegó a tener la fuerza de veinte hombres? ¿Cambió de hábitos en la última temporada? Lucy sólo se dedica a los niños y sólo a aquellos que se quedaron rezagados en sus juegos, solitos de noche en la calle. No cabría otra cosa de una dama que sigue teniendo todo el aprecio de la gente honrada, aunque se haya convertido en un “vampiro, disfrazado de amigo”1. Hay algo del régimen de la vida de sociedad que no se puede subvertir, ni aun hablando de lo Infra. En el caso de la dama Lucy, devenida en vampira mala-mala, no podemos esperar una relación lindante con lo erótico entre ella y sus víctimas. Con Drácula sucede todo lo contrario: Sus víctimas son sus amores. Responde a las acusaciones de las tres bellas vampiresas del castillo diciendo: “-Bien saben ustedes que yo puedo amar-”2 La instancia chupativa, por llamarla de algún modo, es siempre para Drácula una cuestión de alcoba, de la que ya no podemos dudar cuando tanto se insiste en el sentimiento culposo de Mina y su necesidad de demostrar fidelidad luego del infortunio torpemente acaecido mientras su marido dormía como un marmota. Las diferencias entre hombres y mujeres son bien claras en la novela y sería redundante hablar de ellas. Sólo nos basta con remitirnos a la época en que se ubican los hechos narrados y la propia época de su autor. Pero no me conformo. Si Van Helsing sabe tanto acerca de las características del conde, algo nos podría decir acerca de la elección de sus víctimas. Pero no es él, sino el propio Drácula el que dice (en uno de los pocos renglones en los que le dejan hablar sinceramente) que a través de las mujeres hará imperar su dominio. Su elección no es fortuita, ni siquiera calentona. Elige el punto más débil, pero el central de una construcción. El edificio, ya se dijo, es el de la sociedad de principios del siglo XIX. Lo de siempre, por debajo algo se mueve, pero face to face no me lo digas nunca.

1-Letra de un tema de los Ratones Paranoicos
2- La cita no es literal, ya que ahora no tengo el libro conmigo, pronto lo corrijo...

09 agosto 2011

primera impresión

de mi nueva habitación:
el techo es muy alto

al acostarme
siento algo parecido al vertigo
pero al reves