Si la chica llega al muelle buscando un pez y encuentra un baile, entonces la historia es corta y trivial, pero verdadera porque después se emborracha, se cae al agua, golpea su cabeza una piedra y muere ahogada y la sangre que despide su herida tiñe el agua y hace juego con el atardecer que justo en ese momento estaba muy bonito y colorado.
O los peces provenientes del atlántico sur llegan al muelle de Bahía Blanca donde un neo hippie, que iba camino a las grutas de las manos, dibujó con stencil a una chica y ese pez que viene tan muertito de hambre como estamos en este diciembre recesivo engulle de una bocanada a la chica, al muelle y dos o tres preservativos usados y deja la superficie que ha quedado tan esplendida (leve y brillante como burbuja hipnótica de detergente) y vuelve a aferrarse a su destino de vieja de agua. Cuando la chica llega al fondo montada en su muelle, enciende un cigarrillo y entra en la fiesta y baila con ese gomina de sonrisa inabarcable en una gira que termina en los baños y a las doce él corre dejando tirado uno de los forros. Ella lo guarda, pensando “tendré que salir a encontrar al dueño de esto y mientras tanto a brindar con extraños” y vuelve a casa como a las 8 reventada de tanto alcohol y el taxista (muy parecido a Perón) piensa: “Parece que hoy tenemos una fijación con el alcohol. Serás lo que debas ser o no serás nada”
Tal vez la chica está enamorada, el pez no tiene nada que ver y la fiesta termina a las cinco por la veda.O yo escribo esto escondiendo la hoja entre papeles de facturación creyendo que mi jefa me apunta los ojos a la nuca cuando en realidad ella imagina que está en una playa bailando en tanga con dos chongos que la doblan en altura y se enroscan en su cuerpo que nadie en la oficina hubiese pensado que es tan dócil y liviano y el daiquiri derramado sutilmente entre los pechos que no huelen a gallinero sino a pétalos de jazmín caídos recientemente del florero y la chica del escritorio de enfrente que mira la pantalla y simula controlar las facturas impagas poniendo cara de poker y sólo piensa, una y otra vez, y una y otra vez que baila desnuda entre chicos en tanga que brotan desde el tambor en el sonido dulce y tan duro que choca con los vasos y derrama el daiquiri sobre la facturación y todo el día transcurre así como un pez en el mostrador y todos los oficinistas como chicas sobre un muelle esperando el Bondi de las cinco de la tarde.
O los peces provenientes del atlántico sur llegan al muelle de Bahía Blanca donde un neo hippie, que iba camino a las grutas de las manos, dibujó con stencil a una chica y ese pez que viene tan muertito de hambre como estamos en este diciembre recesivo engulle de una bocanada a la chica, al muelle y dos o tres preservativos usados y deja la superficie que ha quedado tan esplendida (leve y brillante como burbuja hipnótica de detergente) y vuelve a aferrarse a su destino de vieja de agua. Cuando la chica llega al fondo montada en su muelle, enciende un cigarrillo y entra en la fiesta y baila con ese gomina de sonrisa inabarcable en una gira que termina en los baños y a las doce él corre dejando tirado uno de los forros. Ella lo guarda, pensando “tendré que salir a encontrar al dueño de esto y mientras tanto a brindar con extraños” y vuelve a casa como a las 8 reventada de tanto alcohol y el taxista (muy parecido a Perón) piensa: “Parece que hoy tenemos una fijación con el alcohol. Serás lo que debas ser o no serás nada”
Tal vez la chica está enamorada, el pez no tiene nada que ver y la fiesta termina a las cinco por la veda.O yo escribo esto escondiendo la hoja entre papeles de facturación creyendo que mi jefa me apunta los ojos a la nuca cuando en realidad ella imagina que está en una playa bailando en tanga con dos chongos que la doblan en altura y se enroscan en su cuerpo que nadie en la oficina hubiese pensado que es tan dócil y liviano y el daiquiri derramado sutilmente entre los pechos que no huelen a gallinero sino a pétalos de jazmín caídos recientemente del florero y la chica del escritorio de enfrente que mira la pantalla y simula controlar las facturas impagas poniendo cara de poker y sólo piensa, una y otra vez, y una y otra vez que baila desnuda entre chicos en tanga que brotan desde el tambor en el sonido dulce y tan duro que choca con los vasos y derrama el daiquiri sobre la facturación y todo el día transcurre así como un pez en el mostrador y todos los oficinistas como chicas sobre un muelle esperando el Bondi de las cinco de la tarde.
2 comentarios:
este texto fue escrito con la intención de responder a una convocatoria realizada por el blog de la revista pipi cucu (http://lapipicucu.blogspot.com/2008/11/ver-quin-se-anima.html)
Para la convocatoria había que escribir sobre una de las tres imágenes que ellos proponían. Yo como no pude elegir por una, escribí sobre las tres. Demas está decir que nunca envie el texto porque tardé un año en considerar que estaba terminado.
como nadie comenta, me autocomento yo misma: me acabo de dar cuenta que los pétalos del jazmín nunca caen del florero.
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