19 junio 2014

20 mayo 2014

memento

El libro entrañable
Cuando tenía 12 años vivía en la casa de mi abuela y dormía en la habitación de mi papá. Él ya se había ido, pero había dejado muchas cosas suyas por ahí: en el ropero, en la mesa de luz, en la estantería de aglomerado. Un poquito cada día, cada noche, cada instante revisaba algún lugar. La mayor parte de las cosas eran intrascendentes: un poco de ropa vieja, papeles de trabajo, objetos sin importancia que van quedando por allí. También estaba la pistola. De vez en cuando, por la noche cuando mi abuela ya se había ido a dormir, la sacaba de su cajita agarrándola sólo con la puntita de los dedos y siempre se me venía a la cabeza el refrán: -“A las armas las carga el diablo”.- y el diablo se me presentaba en la habitación como una amenaza velada, un peligro del azar pero también, como un hombre muy viejo y triste que no recuerda si lo hizo o lo va a hacer y al pobre se le mezclan las imágenes de un pasado que no sabe si él mismo se inventó. Y, sigilosamente, la volvía a guardar. En el estante estaban los libros. Los tres tomos rojos que decían en el lomo “El Che” y yo recordaba cuando la maestra de primer grado había dicho que estaba mal decir “che” y yo no le había creído ya que mi papá tenía un libro llamado así. Había libros de economía, de política y de historia. Ninguno me interesó, pero un día encontré uno de poesía y lo empecé a leer. Al principio lo leía y lo volvía a dejar en su lugar, pero de a poco fue quedándose más tiempo sobre la mesa de luz. Fue convirtiéndose en mi libro de cabecera. No fue mi primer libro. Desde muy chica leía, pero nunca me había enganchado con un libro de poesía y nunca un libro había cobrado mayor importancia sobre los demás. El libro se llamaba “Palabras” y su autor Jacques Prevert. Yo ya escribía. Cada noche se convirtió en un ritual. Fue, creo, mi entrada en la adolescencia. Cada noche leía uno, dos, tres poemas y escribía. No leía el libro de forma ordenada, no era necesario. No importaba si ya había leído una o cinco veces ese poema. No era un problema dejar un poema a la mitad porque se me había ocurrido algún verso. Estaban las noches de leer los favoritos: “A mi casa”, “París at night”, “Canción del carcelero” etc. Estaban las noches de probar con los que no recordaba si había leído o no. Y de vez en cuando, me daba a la larga jornada del “poema especial”. Se llamaba “Recuerdos de familia o el angel carcelero”. Era uno de mis favoritos y muy largo. Leerlo me transportaba: por momentos me divertía, por momentos quería llorar junto a sus miserias. No sé cuánto tiempo pasó, quizá dos o tres años. Ese libro siempre estaba en mi mesa de luz junto al cuaderno donde yo escribía, y de a poco, junto a otros que iban variando. Cuando me fui de la casa de mi abuela me llevé el libro. Y nunca lo devolví. De vez en cuando encuentro el libro en el desorden de la biblioteca y pienso con culpa que debería estar en algún lugar especial, como si fuera una reliquia, algo más que los demás. Pero allí lo vuelvo a dejar, que se vuelva a perder, porque sé que de todas maneras lo voy a volver a encontrar.

06 enero 2014

cuentos chinos mamita!

tan colgado como tengo el blog, no hice un saludo de fin de año como tengo acostumbrado. No sé si es porque no se me ocurre nada o porque todo este asunto del blog está muy denseado ya. Mientras tanto y para no perder la oportunidad de saludar las cosas que se terminan, encontré este viejo chat guardado quién sabe dónde y por qué entre las cosas bizzarras de la vida.




Ronin dice:
dime
Ronin dice:
amor
Ronin dice:
quepaso?
Ronin dice:
estan presos?
MalditAmeba! dice:
no. somos delincuentes libres
Ronin dice:

Ronin dice:
mamita
Ronin dice:
llamo a la policia
Ronin dice:
?????
MalditAmeba! dice:
y qué le vas a decir? vi tres manos sospechosas?
Ronin dice:
que pregunta?
Ronin dice:
que dijo?
MalditAmeba! dice:
que le vas a decir a la policia?
Ronin dice:
que tu my estas rompendo las pelotas
Ronin dice:

con esos cuentos chinos