22 octubre 2010

Yo somos Yo

Hoy estuve todo el día con la sensación pero hoy no llovió. El miércoles había llovido y yo desperté con la sensación royéndome los huesos como una reminiscencia de gotas oradando la tierra. Lejana porque aquí sólo hay cemento y el techo queda unos pisos más arriba. Pensé que quizá la lluvia produce un cambio químico en el aire y este afecta a la mente. Quizá, al evaporarse, el agua de lluvia caída ingresa al cuerpo por los poros o la respiración y cambian nuestras sensaciones dejando el ánimo perplejo y en estado de tristeza. Pero sólo lo pensé como una elucubración intelectual más para hacer transitable mi desgano.


Era día de facultad y debía leer algunos cuentos de Cortazar antes de ir a clase. Empecé por el primero de la lista: Lejana. Me costaba mucho. Cada dos o tres renglones mi mente se desperdigaba por levedades no visibles del pensamiento. El cuento me recordaba la leyenda mitológica que me había contado Javier con la que tanto me había sentido identificada y de la que hace un tiempo quise escribir. Y algo había escrito, pero tan místico y con un estilo tan anacrónico y romántico que me sentí un fracaso. El signo de géminis, me contaba Javier hace unos dos años, está relacionado con una leyenda mitológica. Los gemelos eran el producto de la unión entre un inmortal y una mortal (o a la inversa). En consecuencia, y como es tan corriente que suceda, uno de ellos era un dios y el otro era un hombre. Un hombre como cualquier otro, con su destino de cambio y descenso molecular. Los gemelos eran muy unidos (sensación extraña de que sólo es posible estar completo si el otro está al lado) Pero el tiempo pasa. Los inmortales no saben nada de eso. Pueden desentenderse de la complejidad del ir y venir de las estaciones y vislumbran un espacio más allá. Un desapego de la inmediatez inalcanzable para el simple mortal. Pero llegó el momento y el gemelo mortal descendió al espacio muerto. Era una separación intransitable para ambos. El gemelo inmortal se apiadó de su hermano porque sentía también en su cuerpo, como señales, la humedad del dolor del otro. Bajó al infierno y tomó su lugar (puede que tuviesen un buen abogado, pero esto es pura especulación, desconozco cómo gestionaron semejante favor ante el señor infraterrenal). Y así, de tanto en tanto, uno sube y el otro baja y así lo harán hasta la eternidad, y por eso, me explicaba Javier, Géminis se siente por momentos en la gloria, por momentos en el infierno, y su estado de ánimo es cambiante sin razón aparente. Y más puedo agregar yo. Jamás, ni en la cima ni en el subsuelo se sentirá saciado, completo. Siempre hay algo que le falta y siente como una ansiedad en todo el cuerpo. Y si está feliz sabe que su hermano está encadenado y gimiendo muy bajito para no ser escuchado. Y si en el infierno le duele toda la muerte que desintegra su cuerpo recuerda a su hermano y siente amnésicas caricias de risa lejana.

Finalmente terminé de leer el cuento tirada en mi cama, luego de haber cambiado tres veces de lugar. Casi como ahora que escribo esto un poquito allí y un poquito acá. Tirada en mi cama cerré los ojos y en algún lugar de mi pensamiento me quedé dormida. La última vez que había mirado el reloj eran las 3 y 20. Para llegar a horario a la clase debía salir de mi casa, a más tardar, a las 4 y media. Me desperté. Había llegado Beatriz con su novio y algunas cosas confusas sucedieron pero no importaba porque eran las 9 menos cinco. Ya había perdido cuatro horas de clase y me iba a tener que tomar un taxi si quería llegar antes de que empezara la última clase. Y entonces, me desperté. Tirada en mi cama, no sabía qué hora sería pero, a juzgar por el sueño anterior, era mejor levantarse ya. Me saqué la frazada de encima. (Alguien puede preguntarse por qué a esta altura del año uso frazada. Bueno, no sé). Y entonces, me desperté. Me saco la frazada de encima y otra vez la maldita frazada está en el mismo lugar. Como este tipo de sueño es muy recurrente, identifico la situación y me quedo tranquila y hastiada pensando una solución. Suelo pensar en el transcurso de sueños como este que parte de mi ya ha despertado mientras que el resto se resiste a la vigilia. Lo novedoso fue la forma en la que decidí arengarme: “Si nosotros ya nos despertamos y queremos ir a clase y ella se obstina en seguir durmiendo, vayamos nosotros y dejémosla a esta que haga lo que quiera.” Evidentemente, o el insconciente percibe de forma más certera al individuo o debo descansar mejor de noche.

Me concentré. Intenté retirar la frazada. Y otra vez sucedió lo mismo. Pensé (no recuerdo si en singular o plural): Si cuando muevo la mano siento que estoy retirando la frazada y cuando observo esta sigue ahí tapándome intransigente, entonces la única solución es no mirar. Me concentro. Voy destapándome de a poco, sintiendo la fuerza sutil de mis brazos, la pelusa del aire crispándome el torso, los pies en el suelo. Estoy de pie. Camino. Mi habitación está igual: las paredes amarillas descascarándose, el placard blanco expectante, el agobio circular. Llego hasta la puerta y no me animo a cruzar. Los recuerdos se articulan en un discurso ininterrumpido. Parada ante la puerta me vuelvo a contar la noche que entre pizzas y vino tinto, Adelina nos habló de los viajes astrales. Al parecer, dormido, uno puede levantarse y pegarse un viajecito. Pero: Cuidado, dijo Adelina, es peligroso, puede uno alejarse demasiado y no saber cómo volver. Yo no soy supersticiosa, pero jamás paso por debajo de una escalera. A pesar de que la puerta estaba abierta yo no veía nada de lo que había más allá. Mientras dialogaba con mis recuerdos de Adelina comenzaron a pasar personas. Entraban por esa puerta y se iban por la del baño. Sólo reconocí a la última de estas (que realmente no sé por qué pasea por mis sueños) Al pasar me dijo burlonamente: -¿Por qué vas a ir a la clase de Régula si es para dormirse? No le contesté, evidentemente el tipo se estaba equivocando de sueño porque la materia de Régula ya la cursé hace dos años. Suele suceder que en determinadas situaciones uno reconoce hasta dónde es capaz de llegar. Abruptamente me dí vuelta. Me miré, tirada en la cama, y me dije:- ¡Dale, Laura, vamos! Inmediatamente desperté, me tomé unos mates y me fui a cursar.

 
Este texto, escrito en el año 2007, fue publicado por primera vez en el blog Noctambulos (hoy inexistente). Lo saco del baul de los olvidos quizá por ultima vez.

4 comentarios:

Lorenza Murió dijo...

encontré esto por ahí:
"fantasía que tenemos todos los escritores, de tener un lector único para quien cada palabra tenga una resonancia singular"
me gustó mucho la idea de regalartelo

saludos

yo tampoco entiendo...

Nora Fiñuken dijo...

claro, que cita más adecuada

bueno, no te lo voy a discutir (aunque me muero de las ganas jajaja) porque he escrito tantas cosas inentendibles que se me caería la cara

abrazo desde mi subsuelo de concentración finalistica,

Mai dijo...

disfruté este texto una vez más, y todas las veces entiendo cosas diferentes =)
Besos nor

Nora Fiñuken dijo...

gracias mai, se extraña tu presencia por estos lugares, un gran abrazo