03 diciembre 2010

El doctor de los bichos

En la pestaña "Favoritos" del explorador suelo guardar links de mi interés suponiendo que voy a volver a ellos en alguna oportunidad, pero generalmente nunca regreso. Así es que de vez en cuando debo hacer una limpieza..., pero, como suele suceder, me resulta muy dificil desprenderme de ciertas cosas.
Esta semana me di cuenta que todavia guardaba el link de "El doctor de los bichos" y antes de borrarlo pensé que sería buena idea compartirlo en el blog.
En marzo del 2009 viaje por el litoral argentino. Cuando estaba en Colón, me enteré que allí cerca, en Pueblo Liebig, había un museo de mariposas. Enterarme y decidirme a ir fue solo un envión ya que soy una frustrada coleccionista de mariposas (mi colección consta de tres ejemplares).
Llegué a Pueblo Liebig luego de una ardua caminata desde mi almuerzo cervecero en San José. Los largos kilometros que caminé por una callecita de piedras viraban hacia la derecha al entrar al pueblo, dos cuadras de casitas bajas que terminaban en una iglesia. De ahí, volviendo a doblar hacia la izquierda, divisé el museo. En la puerta un cartel: Butterflies.
Una señora de aproximadamente cuarenta años me atendió y me guió en el recorrido: vitrinas llenas de mariposas de colores estridentes, ocres, enormes, difusos o resplandecientes. En otra salita viboras, escarabajos, y tantos bichos de los que olvidé el nombre, forma o mito (ella me contó que los egipcios adoraban a los escarabajos y veían en ellos el simbolo de la vida eterna...que no sería otra cosa más que renacer de una bola de mierda) Pero la verdad es que mi memoria es muy mala, como en aquella película que (oh casualidad) rima con este cuento, yo debería escribir cada cosa en su momento para no olvidarla. Lo cierto es que la señora me cayó muy bien. Al despedirme, me dijo: "Pero ¿cómo? ¿Tenes miedo a las viboras y salis de viaje sola?" Yo sólo le sonreí, pero debi decirle: "El miedo es tambien parte del viaje."
Varios kilometros despues, en El palmar, tuve una conversación con dos guardaparques que ya fue publicada en el blog: http://trimalcionida.blogspot.com/2009/10/vi.html. Cuando les dije que habia estado en el museo, ellos me preguntaron si habia visto al señor Zelich. Yo nada sabía del tal señor, sólo habia visto a la mujer del escarabajo. Entonces uno de ellos temió que el doctor hubiese muerto y me contó que hacia varios años una yarará lo había picado, que le habian cortado una pierna, pero que en fin...al parecer aun con eso se vive.
La anecdota me resultó muy interesante y al regresar busqué un poco de información sobre el doctor Zelich. No sé si actualmente estará vivo, lo cierto es que el doctor es un personaje de esos de los que me gustaría escribir. Acá les dejo entonces una entrevista que encontré (y estuve guardando hasta hoy) que, creo, no tiene desperdicio:



MATEO RICARDO ZELICH, MEDICO Y ENTOMOLOGO AFICIONADO

El doctor de los bichos
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-23290-2003-07-28.html

Es un médico rural en el pequeño pueblo entrerriano de Liebig, pero su afición a los pájaros “y los bichos” lo hizo célebre en el mundo científico. Tiene una colección internacional de insectos, se cartea con especialistas del mundo entero, está planeando un museo y tiene una especie de pájaros que descubrió y lleva su nombre. Y todo lo hizo en los ratos libres, como un hobby.

Por Andrew Graham-Yooll

–¿Y cómo empezó con los bichos?

–Ah, desde la infancia me encantaban los bichos. Le reproché a mi padre que no se fuera a Kenia, a Sudáfrica, a la India o Australia. Usted sabe cómo me hubiera gustado explorar esos lugares con tantos bichos raros. Cuando el Frigorífico Anglo le dijo que tenía que irse de Montevideo, le dieron a elegir dónde ir como jefe para modernizar las fábricas. El eligió Entre Ríos. Desde chico me gustaban las mariposas, las pinchaba aunque fuera con espinas de tuna y las tenía hasta que me las comían las polillas. Yo tenía 5 años y me iba al monte con la gomera y mataba los cuices y se los traía a mi abuela uruguaya, hija de italianos, y ella me los cocinaba. En la familia siempre había quien sabía de cazar bichos, me decían los nombres de las mariposas, de la tigre, de las naranjos. A la “papilio” de Europa le llaman el “tigre”. Después yo las bautizaba, como a los pájaros, que acá no tenían nombre.

–¿Su familia lleva mucho tiempo por estos pagos?

–Hace casi 50 años que soy médico rural. Toda mi vida de trabajo. Mi padre vino a Montevideo porque tenía que hacer cuatro años de servicio militar, tenía 17 años en 1911. Eligió Montevideo porque el hermano mayor, Mirko, estaba casado con una española, rubia, muy bonita. Mi padre era de Brela, en Dalmacia, austríaco. En el Imperio Austro-Húngaro. Después fue yugoslavo, hoy sería croata. Como mi madre era uruguaya, ella quería Fray Bentos, en la factoría que tenían en el Uruguay. Pero Liebig tenía estafábrica más nueva y mi padre eligió acá, que era el lugar más cerca. El primer año, en 1923, pasaba un mes acá y 15 días en Fray Bentos, porque ya mi hermana había nacido. Yo nací en Liebig, el 3 de mayo de 1924. Primario lo hice acá, después me mandaron a estudiar a Concepción del Uruguay. Ahí hice el secundario, en el colegio histórico, el de Urquiza, y estaba internado en La Fraternidad, que hicieron los mismos estudiantes, en 1877, es un edificio que ocupa casi una manzana. Cuando estábamos en La Fraternidad, había un fascismo bárbaro. Me acuerdo que cuando llegamos, la primera semana nos llevaron a la enfermería, a todos los rubios, nos hicieron bajar los pantalones, y mostrar si estábamos circuncidados. No fui enseguida a la Facultad de Medicina porque quise ir a pelear a la guerra. Mis compañeros estaban todos en la guerra, los hijos de ingleses, escoceses, galeses, irlandeses, había de todo. Pero preguntaban si sabía hablar inglés o croata y yo no sabía. En Rosario terminé medicina, trabajé un tiempo, después me fui a Misiones a trabajar en Puerto Esperanza porque quería ver las Cataratas y la selva. En 1947 me habían metido en el servicio militar, perdí dos años. Me castigaron: fajé a un cabo ¡casi lo mato! Le pegué una piña, que le dio una conmoción cerebral. Pero salí subteniente. Vengo a Pronunciamiento en 1954. Había muchas enfermeras, algunas muy bonitas, iban para ver si enganchaban un médico, así que esos seis meses que estuve trabajando, ¡estuve entre las flores! Es un pueblito a 45 kilómetros de Liebig, todo colonia de suizos, franceses, italianos, gringos. Me decían aquí “¿así que te vas a curar gringos?”. Y era médico, juez de paz, hacía casar a las parejas... cuando metían la pata. Ahora le han puesto mi nombre y apellido al centro de salud, Dr. Mateo Zelich, en San Cipriano, otro pueblito cerca que yo atendía. Muchos creen que estoy muerto.

–¿Nunca jugó al fútbol, ningún deporte?

–Jugué hasta los doce años. A los trece, le pedí a papá una carabina 22. Cuando me la regaló, nunca más pateé una pelota. Fui al monte a cazar bichos, me gustaba pescar y cazar. Mis amigos hablaban tres días del partido que había pasado y tres días del que venía, pero en Buenos Aires. Habiendo la naturaleza que hay acá, por favor... Uno salía de casa y veía vizcachas de noche. Los ñandúes también.

–¿Cómo se fue haciendo su fama como bichero? Usted estaba en Pronunciamiento como médico, ¿también como coleccionista de insectos?

–Lo primero que me hizo fama fue la puntería, porque yo bajaba las martinetas a bala con el 22. Basureaba a los otros, porque le erraban con una escopeta a municiones. Empecé a coleccionar en Misiones, pero tuve tantos problemas, porque no conseguía ningún libro para aprender. De la Sociedad Entomológica me dijeron que a Concepción del Uruguay habían mandado todas las revistas a la biblioteca, pero no estaban. Tuve que comprarlas, pero lo hice casi todo por canje de insectos. Encontraba insectos raros. Me fui compenetrando con los bichos de la zona, aunque no sabía los nombres, aprendí de los entomólogos. A los cinco o seis años aparecieron entomólogos y se quedaron fríos cuando vieron que yo hablaba el mismo idioma que ellos sin haber estudiado. También con los ornitólogos. Ese pajarito que ve ahí, el sporophila zelichi, lleva mi apellido. Tenía cuatro especies nuevas para presentar a la ciencia, al final se presentó una sola.

–¿Son especies o subespecies?

–Son especies. Yo argumenté que esto era una radiación evolutiva, que acá se encontraban 11 variedades distintas de un pajarito, todos parecidos y cantaban distinto.

–Los entomólogos extranjeros, ¿cómo sabían de usted?

–Es que donde aparece un ave nueva para la ciencia, en estas épocas, ¡es un boom!

–Pero esto fue antes de Internet, ¿cómo se sabía?

–La bolilla se corre. Hoy me escriben de la China, por mariposas. Yo nunca me promocioné. He escrito muy pocas cosas, a veces porque me pedían por el gato montés, por ejemplo. La mayoría son negros, como la pantera, y creen que es otro animal. Yo tuve un criadero de gatos monteses en Pronunciamiento, de los pintados me nacían negros y de los negros los pintados. Es la misma especie.

–Entonces... ¿venían de curiosos?

–Venían de Londres, de Canadá, todo por el pajarito este, el sporophila, al que le pusieron mi apellido.

–¿Cuándo se presentó a la ciencia?

–¿En qué año?, ni me acuerdo. A mí me descubrió Tito Narosky, que es el que hace los libros de pájaros. Yo me presenté y le di tantos datos nuevos, que no lo podía creer. Tantas cosas ridículas me decían: “Observe trescientos nidos”. Pero ¿saben lo que están diciendo? Tal vez en toda la vida no vea trescientos. O si no: “Tiene que conseguir siete ejemplares para fijar una especie”. Siete ejemplares ¿cuántos años lleva? Si son rarísimos...

–¿Cuántas de estas especies dice haber descubierto?

–Eran cuatro, de esas cuatro, yo di piel de dos. No embalsamados sino rellena la pielcita, completos, sin modificarles las dimensiones. La del “collar blanco”, que es el zelichi, y la del “collar negro”, que es mucho más raro. Yo he visto cuatro ejemplares en mi vida, nada más. El otro, Narosky se lo olvidó en un colectivo. Alguno que lo encontró habrá dicho ¿qué es esta porquería?, ¡un pajarito y muerto! Había una de esas especies que era idéntica a otra, pero cantaba distinto. Yo por el oído sabía, aquel es tal cosa. Cuando venían los ornitólogos, todos con prismáticos, y yo sin prismáticos les decía allí está tal cosa, y no querían creer. Yo sabía perfectamente, pero no podían creer que yo conociera el canto de las aves de toda la zona.

–¿Cómo las fue aprendiendo, simplemente andando?

–Andando en el monte. No le digo que cuando otros andaban pateando una pelota, yo andaba en un pantano entre los bichos.

–Usted se pasó de cazador a conservacionista.

–A la larga, sí. Dejé de cazar. En una época iba a cazar todos los años yacarés y jabalíes, en Misiones. Tenía 52 años y me tocó atender a un grupo de indios que se les habían muerto todas las criaturas menos una. Era un grupo de 96 indios y había varios adultos todavía, y estaban con fiebre y estaban mal. Hice el diagnóstico de poliomielitis, a los ocho días me la pesqué yo, y me atacó las piernas hasta las rodillas, de los pies para arriba y las manos. Perdí la fuerza en las manos, pero anduve así 15 años y corría y no me caía. Hasta corría de noche, cazando jabalí. Iba casi todos los años, estaba dos semanas, a veces tres, después hacía un viaje de dos semanas a Corrientes, a Formosa, a cazar y a juntar insectos. En Corrientes, yo he operado arriba del bote, entre las totoras. Atendía y llevaba antibióticos, siempre, y anestesia local. Ayer saqué un anzuelo, un tremendo anzuelo ensartado en un dedo, y dos días antes, no me dejaron dormir la siesta, vino un nieto del que le saqué el anzuelo con un anzuelo clavado en la cara. Son accidentes de Liebig, anzuelos clavados. La vida es larga, se pueden hacer tantas cosas, me he dedicado a tantas. Cuando en Pronunciamiento todos estaban durmiendo la siesta en verano, yo andaba en el fondo de los arroyos buceando sacando fósiles. Me gustaban los huesos que nadie tocaba. La erosión voltea la barranca y los huesos pesados quedan en los fondos. Juntaba tantos huesos que tenía que esconderlos para hacer más de un viaje para ir a buscarlos. Mi esposa me seguía.

–Olga, su esposa, ¿iba?

–Olga era una víctima. Cuando yo tenía una yarará o una coral venenosa, grande, la tenía en mi casa y la llevaba a la mesa y mi esposa estaba, alo mejor, en la cocina, y yo estaba con la víbora y cuando me quería morder yo le pegaba. Y ella decía, “yo no sé si sos loco, científico o qué, que te entretenés con eso”.

–La política nunca lo atrajo, con la influencia local que tenía.

–Nunca me quise meter en política. Sin embargo, me han jodido bastante los políticos, al final, cuando fui director de un centro de salud. Me pusieron una auxiliar que con el idóneo de farmacia se robaban los medicamentos. Yo veía que me faltaban antibióticos, entonces cuando iba a la farmacia relojeaba. La segunda vez que la pesqué en eso, la suspendí, estuvo dos años suspendida cobrando el sueldo, iba a Paraná y venía, con un tipo, con otro, así, con políticos. En Paraná estaban los radicales, no los peronistas. Ella era peronista. El marido estaba en la cárcel, era policía y había torturado a un hombre y lo había dejado inválido. Cuatro años estuvo preso. Ella era una loca pero tenía gente con banca, eran imbancables. Al final me llamaron de Paraná, me ofrecieron el oro y el moro, hacer un centro de salud, pero completé los 10 años y renuncié. Después vinieron para meterme preso porque me habían mandado no sé cuántos sueldos que creían que los había cobrado. Alguien se los había tragado por ahí. Eso es la política aquí.

–¿Usted colecciona para usted o para la comunidad?

–Tenemos que hacer un museo. Muchos me están empujando para que haga el museo, me preguntan: “¿cuándo vas a hacer el museo?”. Cuando sea viejo (me falta un año para los 80). Si hago el museo, voy a tomar una secretaria y me voy a enamorar. Tengo que hacer vitrinas. Tenía 8000 dólares para eso y me agarró el corralito y me quedé con mucho menos, saqué a 1,40. Hace poco llegaron unas mariposas muy buenas de Brasil... Ahora me va a visitar un francés que trabaja para una empresa enorme que vende insectos, de París. Viene a Sudamérica y quiere venir a la Argentina para verme a mí.

–¿Existen empresas que se dedican a la venta de insectos?

–En Alemania todos los meses sale la Bolsa del Insecto, con los precios de insectos y todo, hasta eso hay. En la Argentina, los que coleccionamos se cuentan con los dedos de una mano. En Norteamérica, Inglaterra, Rusia, hay 300.000. Muchos son especialistas, coleccionan una sola cosa, no como yo que tengo de todo.

–Sus intercambios, por ejemplo, con una persona de Singapur, ¿en qué consisten?

–Es canje de insectos de acá por insectos de allá.

–¿Entran y salen por el correo?

–Ahora me hicieron problemas con insectos de Africa. Al Senasa dejaron que le metan aftosa, pero no dejan pasar insectos de colección. Quieren coima. El material esta desinfectado. Primero se mata a los insectos con cianuro de potasio, después no tienen que tener bacterias ni nada, porque si no se destruyen. A mí en el correo casi siempre me daban una manito. Hace poco recibí el material de Brasil y lo hicieron pasar como tarjetas de navidad. Las encomiendas son livianitas, los insectos secos no pesan nada, son gramos. Antes iban como pequeño paquete pero ahora somos el único país que no admite el pequeño paquete. Es corrupción, que hay tanta. Por eso no me arrimo a los políticos.

–¿Qué museo se imagina, qué hace falta?

–Es importante que yo esté vivo. todavía. A mí me cortaron la pierna con un diagnóstico de cáncer, con una biopsia que mandaron de La Plata. Yo no lo creí nunca. No se vive ni ocho meses con ese diagnóstico, y ahora hace más de tres años que me cortaron la pierna, sin ningún tratamiento ni nada. Por favor. Se les quemaron los papeles y nada más.

–¿Usted dice que no hubo cáncer?

–No. Me picó una yarará en la parte interna de la rodilla derecha, y no me di cuenta. La pierna estaba muerta, blanca y con vetas moradas y fría. Atendía pacientes y no aguantaba más. La pierna me pesaba como que fuerade plomo, pero me venía mucha gente y no me podía atender. Después me revisé bien, tenía un coágulo, un trombo de acá para abajo... lista la pierna. Cuando finalmente llegué a Concepción del Uruguay, por poco no se desmayó el cirujano. Me operó, sacó el coágulo, y le decía a mi esposa: “Mire qué coágulo raro, parece de goma”. Claro que no era un coágulo natural, era hecho por la toxina de yarará.Me pusieron en terapia intensiva, me dieron un sedante para que durmiera y a la mañana, me despierto, me reviso, y el coagulo estaba otra vez, así que la operación fue de balde. Y me quedé con el coágulo, pero no se me cayeron los dedos, nada, ni pie de trinchera. Cuando hay un coágulo tan grande se gangrenan los dedos del pie, como cuando están congelados, pero a mí no se me cayó ninguno. Más o menos a los tres años, en la otra pierna, que es la que no tengo ahora, se empezó a dilatar, y le dije al cirujano. Me envió a Paraná a ver a un médico. Me dice, te hacen dos by-pass y nunca más tenés problema. Cuando me operaban, yo sangraba y sangraba, porque hacía coágulos, cada tanto me tenían que sacar un coágulo. Me cortaron la pierna y nunca más sentí nada. Me falta la pierna del embrague. Tengo el auto al pedo.

–Usted hace como que todo fuera en broma. Ciencia seria en joda...

–Hablando de términos científicos, mi nieto, estando en la escuela, cuando era más chico, le dice a otro: “Dejame de joder, ¿por qué no me chupás el pene?”. Una maestra lo escuchó y dice: “Se nota que es el nieto del doctor, qué fino para hablar”.  

4 comentarios:

la zombi dijo...

jaj ke loco coleccionar bichos
tengo en casa mariposas pero solo naranjas y casi que ya son polvo, lindo escrito nora
beso!

Nora Fiñuken dijo...

gracias zom!
las mías no sé cómo estaran, quedaron olvidadas en una caja que ya ni sé donde está

Pablito dijo...

el doctor Zerlich es un GENIO
ayer mismo estuve en su museo, por segunda vez
las historias y vivencias que cuentan son increibles
un maestro la verdad, y tan poco conocido, una lastima.

Nora Fiñuken dijo...

si pablo, así es
no sé si está vivo todavía...
vos sabes?