03 enero 2011

Cuatro Estaciones: Verano (Un amor de verano)


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La mudanza se produjo y estoy sentada en el escritorio estudiando para escribir mi monografía sobre Diamela Eltit.
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Pleamar
El envión se desató

Así de vudú
Por las calles del terremoto
Sobre la cresta
Se alzan botellas rotas
Pero van a darle
Un brillo nuevo al sol
Un destello carmesí
De labios sedientos
Sol aquí
Brazos
Arremolinando como aspas
Jadeante aquí

Pleamar
Colgada de una luna inestable
Dale levitar
Plena arriba
Fascinerosa

El frenesí
Sólo vela por un sol hipnótico
Crispado
Por amanecer abrazado a sus púas
A fuerza pleamar
Un conjuro de astros te atraviesa
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Durante toda la tarde dejé la ventana abierta en el estudio (la habitación de D. reciclada ahora para mis fines) En algún momento habrá saltado adentro un grillo que ahora desde algún rincón roe sin cesar los intersticios de esta noche lejana.
Ayer en la casa de N. vi la película Pinocho. Pepe grillo es nombrado “conciencia” del muñeco por el hada madrina. Recién ahora entiendo la genialidad de la metáfora. Mientras intento leer, la conciencia frota sus rincones.
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Hablando sola con vos. Un cuento acerca de unos discos. Sola a solas. La referencia de Cafeta a la noche de la caída de Tenochtitlan. Sola monólogos de diálogos con vos. Dejando vacíos en tus respuestas. No sé lo que dirías. A lo sumo una risa o alguna pregunta. Todo lo demás sos sin sonido como un televisor en mute. O como la chica de la telenovela cuando habla por teléfono. Yo la chica, vos mi gesto. Pero, admitamos, el mío es un capítulo repetido. De esos que ya no tiene emoción mirar, los del sábado a la tarde, ponele. Cambiemos de canal. En el siguiente hay una monja que cocina y te enseña a hacer postres. En el otro las propagandas de “llame ya” y hacia el número 76 un documental sobre el cambio de color o aspecto en determinadas especies para evitar ser comidas por uno más grandote. No. No era eso. Era una contienda entre vos y yo. Era una máquina desdeñosa llamada amor. O se llama: “comprate el pack entero porque así te sale más barato”. Pero siempre sale más caro, porque viene fallado y hay que comprarle repuestos o cubrir las falencias como se pueda. O como no se pueda y terminar quedando en stand by. Uno en stand by, porque lo que es la máquina sigue funcionando con su propia lógica de movimiento hacia los círculos, las elipses, el tartamudeo, el eclipsis, el fenómeno de los nacimientos, la tierra que se abona con bosta. ¿Y si vienen todos los grillos de Lobos y se ponen a gritar en mi ventana? Seguro yo me pegaría un tiro, grillos de mierda. Pero si yo pudiera hacer ruido con lo que pasa por mi cabeza sería más insoportable para ellos y se irían. Pero es cierto, no hay tantos grillos en el patio de mi casa. Sólo son tres. Ayer había cuatro pero a uno le eché un aerosol para polillas. Ahora son un trío. Creo, todavía no les sale muy bien. Deben aprender a reorganizarse. Pero a mi no me gusta que me modifiquen las cosas. Antes eran unos diez, o doce. Ahora que llegaste vos tengo que aprender a monologar con uno más. No me gusta la carne cuando todavía está roja ni tampoco cuando ya tiene aspecto de podrida. Supongo que cuando empecé la oración le encontraba alguna relación con lo anterior. Pero ya no. Veamos: la carne podrida y vos no se parecen para nada. La carne que desprende juguito color rosado cuando le hundís el tenedor y yo, ciertamente, no veo en qué sentido podamos parecernos. Todo un aspecto sanguinario y despectivo del amor que ni a palos quise sugerirte. Te lo juro, yo no pienso así.

Las historietas con los otros son más pesadas. Casi ya no hablo con ellos. Están guardados en un cajón. Pero cuando hablo con vos te los saco para mostrártelos. Te muestro la rajadura que tiene este en la manito o la mueca rara que lleva aquel. Los mismos discursos de siempre. No creas que los invento o los descubro por primera vez para vos. Todo eso ya fue dicho en otras ceremonias, con otros ídolos también. Por eso ya no hablo con ellos. Todos los ídolos caen. Y no dejan una sensación de espacio liberado, de nueva autonomía adquirida. Todos dejan una aureola oscura de cuadro descolgado de la pared.
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Volver abajo. ¿No es este un paisaje conocido en el que uno podría recostarse tranquilo?
Acá hay un lugar donde puedo sentarme. Una oscuridad de mil demonios. Amigables, conocidos. Hacen morisquetas a mis espaldas. Yo me doy vuelta y les devuelvo el gesto con mi peor cara de monstruito.
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Si escribo “vos sos” tengo complejo con el resto del universo. Una culpa de dependencia al interior, una falta con el resto. Y si escribo “detras”, ¿y si me quiebro en mil pedazos de espejo para perderme yo y encontrarme con lo múltiple?
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Las cotorritas empiezan a molestar. Los mosquitos dando vueltas en un hilo agudo por las paredes de la habitación. Había olvidado el ruido de los insectos alrededor. Los perros siempre ladrando.
Imágenes de películas inventadas. Una chica y dos chicos charlando en una habitación. Fumaron marihuana. Algo se dicen. Después corta a la escena de Palermo. Cinco personas y cosas bastante graciosas que me hacen reír un rato mientras sigo escribiendo. Y de fondo una canción acaba de pasar por la calle. La escucho e intento seguirle el recorrido. Finalmente, acá es cualquier lugar.
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Otro muerto en la escena
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Los grillos no gritan estas últimas noches, vaya a saber por qué. En cambio las cotorritas se reprodujeron vivazmente. Saltan a mi alrededor, entre la lámpara y el cuaderno, en mi pelo y bajo el vestido. Varias se posaron sobre poemas de Plath, caminan entre los versos, toman impulso, levantan una altura de dos o tres centímetros y vuelven a caer sonoramente: plath, plath, plath. Es una maravilla como sus patitas tamborilean los papeles. Para mí, por supuesto, nada de esto es gracioso.
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Un edificio o
Una forma de arbol-silueta
Da lo mismo
Un malón de siempre los mismos
Viene detrás
La arquitectura del cerebro
Diagrama todo el universo
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[…] así de simples deberían ser también las despedidas
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Quiero inventar un nuevo pensamiento que me tenga todo el día ensimismada y que no incluya personas
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[…] pero no va a suceder. Se siente muy denso en el pecho. Una lentitud en la espalda. Punzante en el cuello. Luego la dificultad para hacer cualquier cosa.

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